Juventud
Pintó sus ojos febriles.
El hombro desnudo ahuesado, en escorzo, asomándose por la camisa de algodón.
Mirada asaeteada por el destino, sin futuro. Cabellera arrebatada por las ideas
progresistas y diferentes. La piel amojamada por los grises, con
pinceladas en carne viva color carmesí. Obra de un moribundo juvenil. Estampa
de una vida que nunca llegó a existir, del artista que sí llegó a ser. A los
veintiocho años murió con la vida inacabada.
Biografía de Egon Schiele
Madurez
Dibujó la realidad de sus demonios, que son los de todos.
Las facciones de sus sentimientos, quebradas, rotas, diluidas y sin sentido.
Hijo de una infancia perdida, marcada por el autoritarismo y la infamia. Ocres
y violetas mezcla de la vergüenza y el abandono paterno. Halló su destino en el
arte, por casualidad. Pinto la muerte en la vida, la belleza de la podredumbre humana.
Desentrañó con las pinceladas su personalidad entreverada por el alcohol, la
autodestrucción, la soledad y la sexualidad transgiversada e incomprendida. El
desgarro le acompañó en vida hasta su muerte.
Biografía de Francis Bacon
Vejez
Reflejó lo común
a través de los surcos de su rostro envejecido por el tiempo. La vida desnuda,
sin filtros, ni aderezos. La belleza monstruosa y brutal de los seres humanos. Dibujar
su propia mirada, conocedora de la cotidianeidad y sus fealdades. Rasgos adustos
de un rostro degradado por la vida, musculatura realzada por los trazos serpenteantes,
movimientos de pincel con precisión quirúrgica diseccionando las personalidades
y su vulgaridad elegante. Murió como quiso: libre.
Biografía de Lucian Freud
Verde
Colony Room
Era viernes por la noche y el Colony Room del Soho
londinense de los años sesenta acogía sus habituales sinvergüenzas, excéntricos,
descarriados hilarantes y, por supuesto, alcohólicos profesionales. Del verde
amentolado de las paredes se desgranaban toda clase de historias y aventuras en
forma de fotografías antiguas, recortes de periódicos y recuerdos
indescriptibles. El whisky se mascaba en el aire, las risas correteaban por el
pequeño hall de entrada y el humo acompasaba las conversaciones.
Encastrados al final de la barra se encontraban dos
de los asiduos del lugar: los pintores Francis Bacon y Lucien Freud conversando
con ritmo etílico. Los estaba observando desde el momento en que entré en el club. Como escritor me resultaba fascinante intentar desovillar su
conversación. Me preguntaba de qué hablarían: del autorretrato de juventud de
Egon Shiele, o quizás de los suyos propios: el de Bacon ya en su madurez o el de
ancianidad de Freud. “Creo que debería escribir una serie de relatos sobre esta
idea”- pensé.
Eyre Lebasy
3 de junio de 2012