La gente me mira, mucho y durante tiempo. Se quedan ahí
sentados frente a mí,reflexionando, supongo.Aunque a estas alturas debería
estar acostumbrado no acabo de entenderlo.¿Qué me verán?.El aspecto sombrío, la
desazón, el horror del ser humano.¿Es eso lo qué buscan, de lo que tanto les
han hablado.?
Desde el inicio fué así, ya entonces mis grandes formas y
deformidades contrarias a lo que entonces se tenían por cánones de belleza
llamaban la atención.
Me gusta observar sus rostros, algunos con ojos de bisturí,
también los hay con narices diminutas y olisqueantes,despistados, eruditos,
parejas de novios, disparejas muy unidas y los que no me prestan ni la más
mínima atención.También están los distraidos y los observadores de sinsentidos
que no encuentran un porqué.Los más
generosos son los niños. Entre semana vienen grupos de los colegios y espontáneamente
me regalan sus opiniones sin dobleces, ni artificios.
Los adultos disimulan hacen como que quieren entender,
releen sus guías explicativas, acerca de como y porqué soy un icono. Un grave
error no me siento así, a pesar de ser ya casi octogenario, y llevar escuchando
el adjetivo más de media vida.
Nací en París a principios del verano del 37; poco antes de
la guerra.Mi padre Pablo era un iconoclasta y mi madre supongo que sería una
bella musa, pues nunca la conocí.
En mi ciudad natal permanecí poco tiempo, tras un primer
contacto con el público que resultó noqueante y casi un fracaso,marché a
Londres.
Allí las impresiones acerca de mí seguían siendo poco
favorables. A mi padre no le importaba. Él vivía su vida de modo cristalino,
seguro de sus trazos, sus ideas, amistades y, del inmenso talento que escondía
su imaginación.
A la vuelta de mi viaje a Inglaterra, tras una estacia muy
breve en la ciudad de la luz, mi padre decidió que debía marchar a Nueva York
donde pasé,la mayor parte de mi edad adulta. Ésta etapa fué también ajetreada
con múltiples viajes por toda América.
A medida que pasaban los años las opiniones de los
visitantes fueron cambiando.Adquirí una pátina de clasicismo , de paso a la
posteridad, que en nada tenía que ver con los primeros años de críticas y
desencuentros . Mis maneras fueron adquriendo matices más profundos,
desconocidos para mí, incluso para mi padre diría yo. La gente venía a verme
con respeto, con devoción,como símbolo de algo que escapaba a mis sentidos.
También he tenido momentos difíciles, ataques contra mi
naturaleza desde distintos ámbitos e ideologías que han intentado apoderarse de
mi significado, he de decir con orgullo, que sin conseguirlo.
Con posterioridad a la muerte del mi padre,se cumplió su
deseo y hoy tengo mi morada , en su país natal.
Ahora desde la atalaya de mis setentaycinco años busco mi
esencia, mi mensaje, cual es y dónde se encuentran mis claves, no sabría decir.
Sólo las conoce mi progenitor.
El toro, el caballo
asaeteado, el alarido de la madre con su pequeño muerto.Trazos firmes, bruscos
y geniales entre grises de guerra y espanto.La luz iluminándo levemente la
amargura. Desde mis entrañas se han engendrado ideologías,
batallas,sentimientos, reflexiones.Pero, ¿cómo explicarlo?.
Quizás, para mí, todo encajó y se formularon las incognitas
una tarde plúmbea e invernal. Sonaban las cinco en el reloj de Atocha cuando una anciana entró en la sala. Sólo la
ví aquella vez.Me dedicó medias palabras que yo no alcancé a descifrar,y
sentada frente a mí pasó largas horas en un mundo lejano al que sentí, que yo
la tansportaba. La mirada acuosa, las manos febriles, la mente arrugada, los
sentimientos desbordándose a través de sus poros. Al dormirse la tarde se
acercó y muy despacio deshilvanando las palabras me dijo:
-Yo estuve allí,en Guernika.
Eyre Lebasy
14 de junio de 2012